Hace un año, un peculiar concurso capturó la atención de muchos medios: Miss IA. Como habrás adivinado, las concursantes eran modelos generadas por inteligencia artificial, presentando cuerpos ideales: sin imperfecciones, sin historia… Este evento, organizado por la plataforma Fanvue World AI Creator Awards, no solo desató una ola de comentarios, sino que también abrió un intenso debate: ¿estamos dispuestos a considerar como belleza ideal algo irreal? Además, surge la pregunta: ¿comenzamos a ver el cuerpo humano como una versión imperfecta frente a las creaciones digitales?
Expectativas inalcanzables. De acuerdo con The Columbus Dispatch, especialistas en cirugía estética como la Dra. Jaclyn Tomsic y el Dr. Craig Lehrman observan en sus consultas una tendencia preocupante: pacientes que llegan con imágenes generadas por IA, solicitando transformaciones imposibles. “Con la IA puedes alterar la apariencia de tu cuerpo a tu antojo”, comenta Tomsic, una cirujana maxilofacial de Cleveland.
Lehrman, cirujano plástico en el Centro Médico Wexner de la Universidad Estatal de Ohio, comparte experiencias de pacientes mayores que muestran fotos de celebridades editadas. “Me preguntan: ‘¿Por qué no me veo así?’. Pero las personas en las fotos tienen 35 años menos y además su imagen ha sido manipulada”, explica. Ambos especialistas han tenido que dedicar más tiempo a explicar a sus pacientes por qué es imposible replicar las promesas de la IA: la biología, estructura ósea y edad no pueden eliminarse con una cirugía.
Más allá de los límites. Las expectativas alimentadas por filtros, aplicaciones y generadores de imágenes están causando frustración y peligro: algunas personas buscan repetidamente someterse a intervenciones quirúrgicas persiguiendo un ideal irreal. Además, existe un serio riesgo psicológico: aquellos que no logran asemejarse a esas imágenes ficticias pueden obsesionarse, sometiéndose a múltiples intervenciones y enfrentando una frustración incesante. Lehrman concluye: “Esto llevará a muchas personas a la infelicidad, persiguiendo un sueño imaginario”.
De hecho, este fenómeno trasciende lo físico: afecta nuestra relación con nuestra propia imagen. Es cada vez más común que las personas pidan a la IA que evalúe su apariencia física o sugiera mejoras faciales. La cuestión no es tanto lo que la IA pueda sugerir, sino el impacto de su opinión en nuestra autopercepción.
De la ficción a la realidad. Anteriormente, manipular una imagen requería habilidades técnicas o trucos de iluminación y maquillaje. Hoy, con una aplicación gratuita, cualquiera puede convertirse en supermodelo en cuestión de segundos. La IA hace más que solo retocar: puede crear rostros desde cero. Según Lehrman, esto está haciendo que cada vez sea «más difícil distinguir entre lo real y lo inventado”.
En vista de esta amenaza, la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos ha creado una galería con fotos reales del antes y después de procedimientos para combatir la desinformación. Sin embargo, es una batalla cuesta arriba: se generan a diario millones de imágenes falsas, estilizadas y estandarizadas por algoritmos.
El caso de Aitana. Esta tendencia se refleja en casos como el de Aitana López, una influencer española que ha acumulado más de 350 mil seguidores en Instagram, pese a que no existe. Es una modelo 100% creada por IA. Sus creadores han admitido que su intención era crear una influencer que «nunca se canse, nunca envejezca, siempre sonría». Ha conseguido contratos publicitarios reales, pero también ha impuesto un nuevo estándar estético que es problemático porque no contempla las limitaciones humanas.
Progreso y dilemas. El estudio «Artificial Intelligence in Plastic Surgery: Where Do We Stand?» ha revisado 96 estudios sobre el uso de la IA en cirugía plástica. Si bien ha demostrado su utilidad en diagnósticos dermatológicos, planificación quirúrgica y predicción de complicaciones posteriores, también señala riesgos éticos, falta de regulación y sesgos algorítmicos. Uno de los principales problemas es que los modelos de IA se entrenan con datos de poblaciones limitadas, lo que puede generar resultados cargados de racismo, clasismo o capacitismo.
El sesgo inherente a la IA. Los algoritmos se entrenan con millones de imágenes que refuerzan estándares eurocéntricos, delgados, cis y jóvenes. Según Kenig et al., la IA puede aumentar las desigualdades replicando estereotipos que invisibilizan otros tipos de cuerpos. Esta preocupación también es compartida por críticos tecnológicos. La autora Ruha Benjamin sostiene que «la discriminación algorítmica no necesita odio para funcionar; solo necesita datos del pasado», en su libro Race After Technology. Safiya Noble, en Algorithms of Oppression, detalla cómo las lógicas comerciales y racistas están incrustadas en los motores de búsqueda y sistemas de recomendación. La tecnología, lejos de democratizar la belleza, parece restringirla aún más.
No es solo sobre qué es bello. Como apuntó Bell Hooks: “La representación importa”. Sin embargo, si ahora la IA, influenciada por patrones exclusivos, decide qué rostros y cuerpos se muestran y cuáles no, no estamos solo ante un cambio estético, sino ante una reconfiguración de lo que consideramos deseable, posible y humano. El interrogante no es: “¿Qué es bello?”, sino ¿a qué estamos dispuestos a someter nuestra percepción?
Imagen | Freepik, Xataka
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