China se encuentra con múltiples desafíos en su agenda. Por una parte, la disputa tecnológica con Occidente está impulsando su industria propia. En paralelo, la disputa comercial la lleva a adquirir más recursos naturales. Además, está abocada a las energías renovables, convirtiéndose en la líder indiscutible, tanto así que sus empresas se encuentran en una batalla de precios.
En este contexto, su gran iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda se enfrenta a un adversario inesperado: un vecino en conflicto desde 1948.
Nueva Ruta de la Seda. Durante siglos, la Ruta de la Seda unió por tierra el sudeste asiático con el Mediterráneo. Fue una extensa red de rutas comerciales establecidas por China que no solo favorecían el comercio entre numerosas naciones, sino que también ampliaban su influencia en el extranjero. Con la decadencia de China a causa de las Guerras del Opio y el surgimiento de nuevas rutas comerciales en el siglo XIX, la Ruta de la Seda perdió protagonismo.
En el siglo XXI, impulsada por su resurgir económico, China decidió revitalizar estos antiguos lazos comerciales. En 2013, el presidente Xi Jinping manifestó su intención de restaurar los vínculos comerciales entre Asia, Europa y el norte de África, constituyendo esta una de las estrategias más ambiciosas del país.
Inversión milmillonaria. Los beneficios son evidentes. Hoy, la gran mayoría del comercio global depende de limitadas rutas marítimas. Los barcos de carga son una solución económica para el transporte masivo de bienes, pero su dependencia de unos pocos puntos críticos puede provocar caos si se interrumpen por cualquier razón.
El transporte terrestre no solo ofrece una alternativa, sino que también reduce tiempos. Un envío desde el sudeste asiático a Alemania por tierra tomaría cerca de dos semanas, mientras que por mar se extiende a poco más de un mes.
China, como el principal productor global, busca consolidar su posición mediante esta red ferroviaria, lo cual ha requerido una gran inversión en infraestructuras y adaptaciones de ancho de vía en ciertos tramos, como las antiguas vías soviéticas. Se calcula que la inversión ha superado el billón de euros en trenes, puertos, aeropuertos, estaciones y otras infraestructuras.
Críticas. Diversos países se benefician de estas inversiones chinas. Naciones como Pakistán, Kazajistán, Tailandia, Malasia y Vietnam han recibido significativas inversiones en infraestructura terrestre y marítima. Rusia también ha mejorado sus conexiones ferroviarias, potenciando el comercio entre ambos países, que tanto se necesitan mutuamente. Italia y Grecia han recibido aportes para puertos, al igual que Egipto, enmarcado en la estrategia de la Zona de Cooperación Económica y Comercial China-Suez. Panamá firmó un acuerdo para la expansión de una línea de tren (cancelado tras el ascenso de Trump).
Esta es una estrategia monumental que involucra a un gran número de países, y no sorprende que a Estados Unidos le preocupe. Temen que esta sea una movida china para ganar influencia en países en desarrollo, lo que podría contrariar los intereses de EE.UU., especialmente en Medio Oriente, donde tienen bases militares.
Myanmar. El inconveniente es que se encuentran con una guerra civil. Myanmar, otrora Birmania, lleva dos siglos en crisis. En el siglo XIX, las Guerras Anglo-Birmanas desembocaron en la Guerra Civil de Myanmar en 1948. Aunque lograron independizarse del Reino Unido, la sociedad se fragmentó y comenzó una cruenta guerra civil que perdura hasta hoy.
Esta situación empeoró con el golpe de Estado en 2021 que derrocó al gobierno democrático, generando una nueva ola de conflicto y desplazamientos masivos en los últimos años. En este caos, con luchas internas por el control territorial y de las rutas comerciales, China enfrenta un obstáculo significativo en su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda.
Tierras raras. China y Myanmar comparten más de 2.100 kilómetros de frontera, afectando directamente a la provincia china de Yunnan. La presencia de grupos armados y tensiones étnicas está frenando el desarrollo de la estrategia china, incluida la construcción de un puerto de aguas profundas en la costa occidental de Myanmar y líneas ferroviarias dentro de los acuerdos de la Nueva Ruta de la Seda.
La región también es rica en tierras raras, un recurso que China controla y desea seguir dominando, lo que explica su diplomacia cautelosa ante la crisis en Myanmar.
La postura de China. Según la BBC, China ha optado por una postura ambigua, que ahora la coloca en una situación comprometida. Cuando el ejército dio el golpe de Estado, Xi Jinping no lo condenó y continuó vendiéndoles armas, pero tampoco reconoció a los militares como los nuevos líderes del país. Expertos opinan que China está presionando para restaurar el statu quo anterior, no por su interés en la democracia o la paz, sino para asegurar la continuidad de su estrategia comercial.
El régimen de Myanmar sospecha que Pekín podría estar jugando a dos bandas, respaldando tanto al ejército como a los rebeldes, quienes también usan armas chinas. Por ahora, China solo puede esperar y presionar a ambos bandos para que alcancen un acuerdo de paz que permita retomar sus negocios.
Mientras tanto, el pueblo de Myanmar sigue sufriendo las graves consecuencias, con más de tres millones de personas desplazadas y miles de muertes desde 2021.
Imágenes | rowanwindwhistler
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