Pocas cosas son tan representativas de la identidad de un país como su gastronomía. Por ello, resulta común que surjan disputas cuando se discute la autoría de una receta. Este fenómeno es lo que llamamos integrismo culinario. Mientras Alemania y Turquía discuten por el döner kebab, Colombia y Venezuela mantienen una rivalidad similar. ¿La razón? La arepa.
Una rivalidad histórica. La arepa, ese versátil disco de maíz, es objeto de una ferviente disputa cultural entre Colombia y Venezuela. Para ambos, es un emblema nacional profundamente arraigado en su tradición culinaria y vida cotidiana. Sin embargo, la discusión acerca de su verdadero origen ha generado un enfrentamiento tan apasionado como cualquier debate político o deportivo. ¿Quién tiene la razón?
Un origen compartido. Según los registros históricos, el origen de la arepa se encuentra en las culturas indígenas del norte de Sudamérica, documentado por los conquistadores españoles en el siglo XV. La palabra “arepa” proviene del término “erepa” en Cumanagoto, un idioma de lo que hoy es Venezuela, aunque similares versiones eran consumidas en toda la región antes de las actuales fronteras.
A lo largo del tiempo, la arepa ha evolucionado de maneras únicas en cada país. En Colombia, generalmente se presenta como un acompañante crujiente, mientras que en Venezuela suele ser más suave y rellena de ingredientes como queso, carne, plátano o pollo. Los colombianos prefieren el maíz fresco, en tanto que los venezolanos optan por la harina de maíz pre-cocida, facilitando su elaboración y transporte.
El intercambio cultural. La crisis en Venezuela ha provocado una migración masiva de sus ciudadanos, muchos de los cuales han llegado a Colombia, llevando consigo sus tradiciones, incluyendo la arepa. Este intercambio cultural ha amplificado la rivalidad, con la proliferación de areperías venezolanas en Colombia y otros lugares.
La diáspora venezolana ha promovido la percepción de la arepa como un alimento venezolano en rincones lejanos como Róterdam, donde este platillo es apreciado por igual como colombiano y venezolano.
El uso político y el impacto en los medios. Incluso el presidente venezolano Nicolás Maduro ha intentado politizar la arepa, declarándola como patrimonio exclusivamente venezolano y buscando el reconocimiento de la UNESCO.
Estas declaraciones han suscitado acalorados debates en las redes, alimentados por humor y memes, como los del comediante venezolano Angelo Colina, quien bromeó sobre lo “insípido” de la arepa colombiana, desatando una ola de respuestas cómicas.
Un puente culinario. A pesar de las rivalidades, personas como Diego Mendoza, un venezolano en Róterdam, han señalado que la arepa debería ser un símbolo de unión, no de división. Su popularidad mundial evidencia su adaptabilidad a diferentes contextos, convirtiéndola en un plato que supera las identidades nacionales.
Claramente, la arepa se ha convertido en un símbolo más allá de lo identitario. Mientras Venezuela lidera la internacionalización de la arepa gracias a su diáspora, Colombia ha posicionado sus arepas en la cultura popular global (incluso apareciendo en la película de Disney, Encanto). Al final, la arepa es un patrimonio compartido que celebra la diversidad cultural de ambas naciones.
Replanteamiento culinario. Finalmente, el debate sobre la propiedad de las recetas resulta complejo. Preparaciones como las arepas ya existían en épocas precolombinas, enriquecidas con ingredientes traídos por los colonizadores. La arepa, por ejemplo, ha llegado hasta España, especialmente en las Islas Canarias.
En su recorrido por las distintas regiones de Colombia, las recetas tradicionales se adaptan según la zona, enriqueciendo la cultura y permitiendo que países como España, México, Venezuela o Colombia, entre otros, tengan gastronomías tan admiradas.
Como decía Mendoza al New York Times, “la arepa debería pertenecer al mundo”. Al igual que la paella, la tortilla (con cebolla) o los tacos, deberían ser universales.
Imagen | AmethystCosmos, Steven Depolo
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