Hoy podemos revivir una escena que tuvo lugar hace miles de años. Aproximadamente, un neandertal adulto se topó con un canto rodado de granito. Este canto, con su forma irregular y rica en cuarzo, junto con sus hendiduras naturales, podría haber evocado más que una simple piedra para sus ojos: aparentaba ser un rostro alargado. Lo que ocurrió a continuación fue un acto aparentemente insignificante, pero con gran significado. Dejó la huella humana más antigua registrada, y lo hizo en España.
Arte neandertal. Según la descripción de los científicos, esta escena tuvo lugar hace aproximadamente 43.000 años en la actual provincia de Segovia. En un estudio recién publicado, se explica que el neandertal adulto mojó su dedo en pigmento rojo y presionó la piedra donde estaría la nariz de ese supuesto rostro, dejando así la huella dactilar humana más antigua registrada.
Este hallazgo, descubierto en 2022 en San Lázaro y corroborado por un equipo interdisciplinar de arqueólogos, geólogos y forenses, concluyó que el punto rojo contiene óxidos de hierro y minerales arcillosos ausentes en la cueva, lo que sugiere que el pigmento fue traído intencionalmente de otro lugar.
Simbolismo. A diferencia de una herramienta práctica, la piedra no muestra señales de uso funcional: su valor era simbólico, estético o quizás espiritual. El punto rojo de pigmento, esencial para su valor arqueológico, marca un paso crucial entre lo físico y lo cultural: entre una piedra y una idea.
La piedra encontrada
El significado del acto. Los autores del estudio en la revista Archaeological and Anthropological Sciences indican que este hallazgo apoya la teoría de que los neandertales tenían una mente simbólica similar a la del Homo sapiens. Para ellos, seleccionar una piedra por su forma y transportarla para aplicarle pigmento con precisión y probablemente dotarla de significado, es prueba de tres procesos cognitivos complejos: concepción mental de una imagen, voluntad de simbolizar algo y capacidad de atribuir valor.
Dicha tríada constituye la base del arte. En este contexto, el guijarro con un punto rojo podría ser una de las abstracciones más antiguas de un rostro humano en el registro prehistórico europeo. La singularidad de este objeto lo convierte en un espécimen de difícil contextualización: no hay otro igual por el momento. Sin embargo, su rareza refuerza la idea de que, aunque aislado, es un ejemplo revelador de la capacidad neandertal para proyectar pensamientos e ideas en el mundo material.
Desafiando estereotipos. El descubrimiento no solo resalta el acto del neandertal, sino también la resistencia moderna a aceptar a estos homínidos como verdaderos creadores de arte. Como afirma el arqueólogo David Álvarez Alonso, si este objeto fuera humano y datara de hace apenas 5.000 años, nadie dudaría en clasificarlo como arte portátil.
El hecho de que un neandertal lo haya producido reaviva un debate no solo científico, sino también cultural: nuestra renuencia a aceptar que esos otros humanos, extintos hace 40.000 años, compartían con nosotros no solo herramientas y fuego, sino también imaginación, simbolismo y la necesidad de representación. Bajo esta perspectiva, la piedra de San Lázaro desafía tabúes con una sola huella, exigiendo una revisión profunda de qué consideramos «arte» y quiénes lo crean.
Una puerta al pasado. Según los investigadores, la huella de pigmento, vista como un acto voluntario, nos invita a cuestionarnos sobre el proceso mental que condujo a ese instante. La primera pregunta: ¿qué vio aquel neandertal en la piedra: un rostro, un espíritu o algo sagrado? Es improbable que lo sepamos, pero lo que sugiere el hallazgo es una intención de dar sentido, de destacar, de dejar huella.
Como señalan los investigadores, la ausencia de pigmentos en el entorno sugiere una clara intención: la piedra fue recogida, llevada y modificada con un propósito. En su aparente simplicidad, este hallazgo lleva una complejidad que nos obliga a replantearnos la concepción del ser humano.
Si los neandertales fueron capaces de ver un rostro en una piedra y modificarlo para que otros lo percibieran también, entonces compartían con nosotros algo fundamental: la capacidad de ir más allá de lo evidente y de imaginar lo que no es visible… a través de un simple signo.
Imagen | D. Álvarez-Alonso et al.
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