La escena parece sacada de una película de ciencia ficción apocalíptica: un misil antibalístico del futuro con capacidades hipersónicas y exoatmosféricas que se lanza a la caza de su blanco. Su objetivo, un misil balístico a Mach 5, cuya tecnología trasciende la línea de Kármán a 1.500 km de distancia. Estos sistemas complejos se encuentran en la exosfera para determinar un solo vencedor. Sin embargo, esta no es una escena de película, es la nueva realidad redefiniendo los conflictos bélicos.
El teatro invisible. El conflicto entre Israel e Irán marca un antes y un después en la historia de las guerras. No solo por su impacto político, sino por la radicalidad de sus métodos y su dimensión. Lo que comenzó como una escalada predecible, fruto de décadas de tensiones, se ha convertido en una confrontación sin límites físicos, sin frentes tradicionales y sin enfrentamientos directos, una versión evolucionada de lo que vivió Ucrania.
A más de 1.500 kilómetros de distancia entre las capitales, sin compartir fronteras y sin la intervención directa de naciones intermedias, ambos Estados se atacan sobrevolando territorios ajenos. Israel demuestra su dominio aéreo con sus F-35, F-15 y F-16 de largo alcance, reabastecidos en pleno vuelo y operando en espacios aéreos extranjeros con total libertad. Este margen de acción es posible porque Irán, tras años de sanciones, no puede contrarrestar estas operaciones. Así, en los cielos de Irán, todo objeto en movimiento es considerado una amenaza.
Guerra aérea de asimetrías. Según recordaba el historiador Adam Tooze de la Universidad de Columbia, mientras Israel emplea cazas y bombas guiadas para ataques precisos, Irán responde con misiles balísticos de largo alcance. Es una guerra de asimetría. Israel recorre miles de kilómetros para lanzar bombas, mientras que Irán lanza misiles capaces de recorrer la misma distancia.
Ya se ha contado antes. Cada uno de estos misiles puede costar millones, aunque en comparación, son solo una fracción del costo de los aviones israelíes. Estos misiles no solo alcanzan objetivos a más de 1.000 kilómetros, sino que cruzan la línea de Kármán, llegando a altitudes de hasta 400 kilómetros antes de dirigirse a sus blancos. Son trayectorias exoatmosféricas sin precedentes en conflictos actuales, una evolución del legado técnico de los V2 alemanes, adaptado por programas soviéticos e iraníes.
El escudo “estelar”. Un elemento sacado de la literatura fantástica entra en escena: la respuesta israelí a estos ataques es igualmente futurista. A través de años de colaboración con Estados Unidos, Israel ha desplegado el sistema Arrow 3, un interceptor capaz de neutralizar misiles balísticos en pleno espacio.
Derivado del programa SDI de Ronald Reagan, este sistema, desarrollado por IAI, Boeing, Elta y Elbit Systems, se basa en la premisa de “impactar una bala con otra bala”, aunque con un coste considerable: 2 millones de dólares por unidad. Estos interceptores logran golpear los misiles iraníes en su punto más alto, antes de que siquiera penetren en la atmósfera israelí. La primera interceptación exitosa en combate tuvo lugar el 9 de noviembre de 2023, marcando la primera vez que un misil fue destruido en el espacio durante una guerra.
Línea de Kármán
La Cúpula y el precio a pagar. Según una anécdota de Tooze, durante el ataque masivo de abril de 2024, más de 550 proyectiles, incluidos misiles balísticos y de crucero, se lanzaron sobre Israel. La defensa aérea respondió con éxito, evitando un desastre total. Como resultado tangible, la población continuó con su vida cotidiana al día siguiente.
No obstante, ese grado de protección tiene un costo exorbitante: hasta 285 millones de dólares por noche en operaciones defensivas, según el Washington Post. Además, la producción de interceptores es limitada. Las fábricas israelíes y estadounidenses no pueden fabricar suficientes Arrow 3 para mantener el ritmo durante mucho tiempo. Así, el gran interrogante estratégico actual en el conflicto es si Irán agotará primero sus misiles o si Israel terminará sus interceptores.
Europa y una sombra. Mientras Estados Unidos y sus aliados observan detenidamente esta suerte de “Star Wars real” que Reagan alguna vez soñó, Europa parece determinada a intervenir, incluso convenciendo a España.
Meses atrás, se informó que a través del proyecto Sky Shield liderado por Alemania, se encargaron baterías del sistema Arrow 3 por miles de millones de euros para el rearme promovido por Estados Unidos y su poder económico. Aunque la experiencia israelí no asegura la defensa del territorio continental estadounidense ante ICBM, sí proporciona una solución para Europa, que ve en este escudo una protección frente a futuras amenazas.
Nuevo paradigma bélico. Desde la guerra de drones post-invasión rusa a Ucrania, se intuía algo que esta confrontación misilística entre Israel e Irán confirma: una nueva era militar ha comenzado. Las guerras convencionales, con frentes terrestres, son cosa del pasado.
Hoy, la guerra ya no se define por geografías, los ataques cruzan continentes y atmósferas, las batallas se desarrollan desde la exosfera hasta instalaciones nucleares subterráneas en montañas. Lo que parecía ciencia ficción (interceptar cohetes en el espacio, vivir bajo cúpulas defensivas invisibles o coordinar ataques quirúrgicos a gran distancia) es ahora parte del arsenal habitual de las naciones más militarizadas.
Un experimento inédito. Primero fue Ucrania, ahora el conflicto entre Israel e Irán confirma una ruptura radical en términos geoestratégicos. No solo por la magnitud o los protagonistas, sino por las tecnologías empleadas, el escenario en que se libra y la naturaleza técnica, automatizada y remota de las operaciones.
Ya no es una confrontación regional: se está ante el comienzo de una era de guerra orbital a distancia, donde la supremacía se mide en términos de inteligencia satelital, defensa balística espacial y capacidades industriales. Esta contienda marca una transformación que redefinirá cómo se planifican, se ejecutan y se recuerdan las guerras del futuro.
Imagen | NASA, Universe
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