La serendipia, ese descubrimiento inesperado y valioso que hacemos mientras buscamos otra cosa, parece estar desapareciendo en el entorno de Internet. Los algoritmos de recomendación, cada vez más exactos, nos han confinado en cómodas pero estériles burbujas de conveniencia. Navegar en Internet ya no implica perderse, y eso es preocupante.
Reflexiono sobre mi adolescencia, en los primeros años de este siglo. Una noche cualquiera, sintonizando Rock & Gol, que mezclaba rock y fútbol, buscaba comentarios sobre la gran época del Valencia, hasta que, de repente, escuché algo diferente. No era el pop comercial ni el reggaetón que conocÃa. Era ‘E-Pro’, de Beck.
Esos cuatro minutos transformaron mi percepción de la música. Aunque hoy no me sorprende tanto, en aquel momento despertó en mà el interés por un estilo musical que desconocÃa. Fue un accidente, una colisión fortuita con algo que nunca habrÃa buscado porque no sabÃa que existÃa. Simplemente llegó a mà sin que yo lo esperara.
Ahora, con Spotify afinando recomendaciones según mis gustos –declarados e inferidos, lamentablemente–, me pregunto dónde están esos accidentes que cambian la vida para los adolescentes de hoy.
Es una paradoja: cuanto más sofisticada se vuelve la tecnologÃa para «conocernos», menos oportunidades tenemos de descubrir algo nuevo. Los algoritmos confunden «relevancia» con «familiaridad», ofreciéndonos meras variaciones de lo que ya consumimos. Como dijo Antonio Ortiz en «Internet fue dopamina, la IA será oxitocina», las plataformas están optimizadas para capturar nuestra atención, no para abrirnos a nuevas experiencias. Nos vuelven cautivos, no creativos.
¿Recuerdas la última vez que te topaste con algo realmente inesperado en tu feed? No algo relacionado con tus intereses habituales, sino algo completamente nuevo y discordante, que te obligó a replantear tus ideas.
El navegante digital de antes, que iba de enlace en enlace hasta llegar al P2P final, ha sido reemplazado por el consumidor pasivo que desliza el dedo en un interminable flujo de contenido calculado. Al perfeccionarse, los algoritmos han eliminado la fricción y, con ella, la chispa creativa del desencuentro. Y eso no es una buena noticia.
Lo irónico es que este refinamiento algorÃtmico llega en un momento en que necesitamos el pensamiento divergente más que nunca. La verdadera innovación, la que revoluciona paradigmas en lugar de optimizar lo existente, surge de conexiones inesperadas, de la colisión de ideas dispares. Silicon Valley se construyó sobre serendipias: Stewart Brand inspirándose en los nativos americanos para crear el Whole Earth Catalog, o Steve Jobs fascinado por la caligrafÃa que luego influirÃa en el diseño del Mac. Incluso el concepto de hipertexto nació de una analogÃa con la mente humana: no lineal, sino con asociaciones inesperadas.
No solo es una cuestión de innovación, también de salud cÃvica. Antes, al leer periódicos fÃsicos, nos enfrentábamos a opiniones contrarias. Ahora, Discover filtra todo.
Nuestros feeds están tan afinados que podemos pasar meses sin toparnos con una idea que desafÃe realmente nuestras creencias. El algoritmo, buscando maximizar nuestro tiempo de permanencia, solo nos presenta lo que confirma nuestras suposiciones. O, en el caso de X, lo que nos provoca enfado.
Esta sobreespecialización del consumo digital ha generado un fenómeno curioso: nunca tuvimos tanto acceso a información, pero nuestros horizontes mentales son cada vez más limitados. La variedad ha sido sacrificada en pos de una experiencia personalizada. No es de extrañar que los creadores de estos sistemas eviten que sus hijos los usen.
Navegamos hacia un Internet donde cada click está calculado, donde las recomendaciones son predeciblemente atractivas. En nombre de la eficiencia, sacrificamos ese desorden digital glorioso que, como el ADN basura, podrÃa contener la semilla de la próxima gran innovación o simplemente esos descubrimientos que transforman nuestra vida cultural.
Me pregunto cuántas joyas al estilo de Beck –no del músico en sÃ, sino de música que desafÃa nuestras creencias previas– estamos perdiendo, especialmente los adolescentes de hoy, atrapados en bucles de contenido perfecto algorÃtmicamente pero estéril creativamente.
Quizás es el momento de exigir el derecho a la serendipia digital. De preguntarnos si queremos un Internet que nos entienda demasiado bien o uno que todavÃa pueda sorprendernos.
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