Durante décadas, los tatuajes han sido objeto de debates y prejuicios, pero progresivamente han sido reconocidos como una manifestación artística legítima. Para algunos, estos diseños en la piel son símbolos de orgullo, mientras que para otros son un tesoro personal. A pesar de que aún existe discriminación en ciertos ámbitos laborales, cada vez son más aceptados; un ejemplo es Reino Unido, donde los policías pueden exhibirlos con libertad. Además, la tecnología avanza hacia el desarrollo de tintas que actúan como biosensores.
Pero, ¿sabías que en tiempos pasados no solo no se les consideraba negativos, sino que incluso la alta sociedad y la realeza lucían estos dibujos con orgullo?
Orígenes neolíticos. La tradición del tatuaje se remonta a tiempos incluso anteriores a la invención de la rueda o la escritura. Esta práctica se ha identificado en diferentes culturas alrededor del mundo, indicando su profundo significado transcultural.
Por ejemplo, Ötzi, una momia hallada en los Alpes, posee 61 tatuajes datados en el 3250 a.C. En Egipto, también se han encontrado momias con tatuajes de entre 3351 y 3017 a.C. En América Latina, una momia chinchorro en Chile de hace 4.500 años también lleva tatuajes, y existen registros de esta práctica en Asia hace unos 3.500 años también.
Influencia de Cook. Las técnicas de tatuado variaban dependiendo de la región, pero el fenómeno de los tatuajes ya era global mucho antes de lo que pensamos, con períodos de aceptación y rechazo en Occidente. Sin embargo, un cambio notable ocurrió en el siglo XVIII con el explorador británico James Cook, quien relató sobre los nativos tatuados del Pacífico Sur tras sus viajes.
La etimología de la palabra ‘tattoo’ proviene del término ‘tataú’ en tahitiano. Según Cook, «tanto hombres como mujeres pintan sus cuerpos, un proceso que consiste en incrustar pigmento negro bajo la piel, de manera indeleble. Es un procedimiento doloroso, especialmente en las nalgas, y se hace una sola vez en la vida».
Desde la clase baja hasta marineros. Aún no está claro qué opinaba Cook sobre los tatuajes. Sin embargo, Joseph Banks, un caballero y oficial científico en sus expediciones, regresó con un tatuaje, algo sorprendente dada su respetabilidad. Otros marineros también lo hicieron, reviviendo así esta práctica en Europa, especialmente entre los marineros y, erróneamente, asociándola con la clase baja o criminalidad, hasta que algo cambió en la década de 1870.
Tatuajes en Japón en una ilustración del London News de diciembre de 1882
La moda entre caballeros. Matt Lodder, autor de un libro sobre la historia del tatuaje, explica a The Guardian que los diseños japoneses adquirieron un aire exótico y atrajeron a la aristocracia europea tras la apertura de Japón en 1858. Los tatuajes japoneses se convirtieron en un símbolo de sofisticación y se exhibían en eventos privados.
Tatuajes reales. Más sorprendente es que un miembro de la realeza británica se tatuó en Japón. Según el Royal Collection Trust, el príncipe Alfred, duque de Edimburgo, lucía un dragón en su brazo derecho, un diseño japonés popular por su simbología poderosa relacionada con el control del clima y las fuerzas de la naturaleza.
El príncipe Alfred fue pionero entre los royals británicos en hacerse un tatuaje. En 1869, durante su visita a Tokio, recibió en su domicilio a un artista que tatuó un dragón en su brazo derecho. El dragón, apreciado por su poder y simbolismo en Oriente, fue una elección emblemática para Alfred, quien no dudaba en mostrarlo mientras jugaba a los bolos.
Aquí el príncipe
Un fenómeno extendido. No fue el único. Alberto Víctor de Gales se tatuó una grulla, y Jorge V, un tigre, retando al símbolo del dragón con un emblema de poder occidental. En 1906, el príncipe Arturo de Connaught lució el «dios del fuego» budista, Fudō Myō-ō.
Eduardo VIII, más tarde príncipe de Gales, quiso hacerse un tatuaje en Japón en 1922, pero las restricciones legales lo impidieron. “Mi principal decepción es no poder tatuarme en Japón, pero parece que ahora es ilegal”, lamentó.
Más allá de Gran Bretaña. Los tatuajes también dejaron huella en otros monarcas europeos como Guillermo II, el emperador alemán, o Frederik IX de Dinamarca. Alfonso XIII de España y el zar Nicolás II de Rusia, quienes también llevaban dragones tatuados en su piel.
Visibilidad variable. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, la popularidad de los tatuajes decayó y una vez más se asociaron con la marginalidad. Pese a esto, permanecieron en todas las capas sociales. Según Lodder, «si un rey o banquero tiene un tatuaje, es probable que no sea visible, mientras que los trabajadores que arremangan sus camisas muestran otra historia».
Así que, si alguien cuestiona tu deseo de tatuarte, recuerda que incluso las compañías tatuadas podrían tener raíces reales.
Imágenes | RCT
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