Durante los últimos años, la sequÃa se ha convertido en un tema recurrente en la conversación pública. La falta de lluvias y sus variadas repercusiones han estado presentes en la agenda informativa durante más de un lustro. Esto nos lleva a preguntarnos de diferentes maneras: ¿cuánta agua queda realmente?
El dilema radica en que, en realidad, no podemos responder con certeza.
Lo cierto es que nuestras reservas de agua suelen ser menores de lo que los datos nos indican. Esto se debe a procesos naturales como la erosión y sedimentación, cuyas consecuencias preocupan a los expertos desde hace años.
Los rÃos, a lo largo de su curso, transportan pequeñas partÃculas de roca y material orgánico que tienden a acumularse en puntos especÃficos, como el lecho del rÃo, en deltas fluviales o en los meandros. Los embalses representan otro lugar donde estas partÃculas se depositan.
Los fondos de los embalses tienden a acumular lodos, lo que genera un primer problema: la reducción de la capacidad del embalse. Cuando una porción significativa de su volumen se llena de sedimentos, disminuye la cantidad de agua que puede almacenar.
El segundo inconveniente es que desconocemos la velocidad exacta a la que los sedimentos se acumulan en cada embalse, dado que esta varÃa según las caracterÃsticas particulares de cada cuenca y embalse. Sin datos precisos sobre los sedimentos, tampoco podemos determinar cuánta agua queda almacenada.
El impacto de los sedimentos
Las conjeturas sobre el impacto del aterramiento, como se denomina a esta acumulación de sedimentos en los embalses, son diversas. Un estudio batimétrico llevado a cabo en 2018 por la Confederación Hidrográfica del Tajo en los embalses de Entrepeñas y BuendÃa consideró que la acumulación de sedimentos era insignificante.
En contraste, otro estudio batimétrico realizado por la Confederación Hidrográfica del Segura concluyó que sus embalses podrÃan haber perdido entre un 10% y un 40% de su capacidad debido a este fenómeno. Destacaron el caso del embalse de Lorca, construido a finales del siglo XIX, que estarÃa en el extremo superior de esta diversidad.
Las estimaciones para todos los embalses españoles son limitadas. Un estudio basado en 110 embalses sugirió que la pérdida de capacidad rondarÃa el 5%. Los investigadores José Luis Casamor y Antoni Calafat, de la Universidad de Barcelona, advirtieron en 2018 que la incertidumbre en estas cifras era significativa, ya que extrapolar estos resultados a más de mil embalses adicionales resultaba complicado.
Este es un desafÃo que los expertos señalan desde hace tiempo. El estudio realizado en la cuenca del Segura, por ejemplo, data de 2017, mientras que el trabajo de Casamor y Calafat fue publicado en 2018 en la revista Tierra y TecnologÃa del ICOG (Ilustre Colegio Oficial de Geólogos).
En un segundo artÃculo (igualmente publicado en 2018) en The Conversation, Casamor explicaba que el problema de los aterramientos presenta soluciones «caras y de difÃcil ejecución». Limpiar el lecho del embalse de sedimentos es una labor ardua que implica vaciar el embalse, algo aún más complejo en estructuras antiguas, según Casamor.
Para este experto, la prevención es una opción más viable. Esto implica incorporar conocimientos sobre la acumulación de sedimentos al diseñar las infraestructuras. También se ha propuesto la inclusión de diques previos al embalse para contener los sedimentos rÃo arriba, evitando asà que se acumulen en el embalse.
Otras medidas para evitar la acumulación de sedimentos rÃo arriba incluyen la reforestación. Las plantas ayudan a prevenir la erosión del suelo, reduciendo asà el número de partÃculas que llegan a los rÃos y, por ende, a los embalses. En este contexto, el abandono de las áreas rurales también ha sido señalado como un factor contributivo. Además, los incendios favorecen la llegada de sedimentos a los cauces, por lo que la lucha contra ellos también ayuda a mitigar el problema.
Imagen | Ray Raimundo
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