Durante la Guerra Fría, la amenaza de un ataque nuclear era un escenario muy real. Se sabía que una detonación en la atmósfera generaría un pulso electromagnético, capaz de paralizar radares, interrumpir comunicaciones, apagar redes eléctricas y desactivar sistemas de mando. En este contexto, EE. UU. desarrolló un programa de pruebas para asegurar que sus aviones estratégicos soportaran estas amenazas, evitando que un fallo electrónico dejara a un bombardero como el B-52 fuera de combate. Así se creó TRESTLE (Atlas-I), una monumental instalación cercana a la base aérea de Kirtland, Nuevo México. Su propósito era único: sin necesidad de explosiones, replicar los efectos de una detonación nuclear sobre aviones reales.
Para asegurar un entorno de prueba sin interferencias, la propia plataforma debía ser “invisible” al fenómeno simulado. La solución fue radical: construir la estructura casi completamente sin metal, utilizando madera laminada, pernos de fibra de vidrio y avanzadas técnicas de ingeniería civil. El resultado era similar a un puente ferroviario colgando sobre un barranco en pleno desierto. A unos 35 metros del suelo, los aviones eran arrastrados sobre una pista de madera y expuestos a ráfagas de energía controlada, replicando un pulso electromagnético sin necesidad de una explosión nuclear real.
TRESTLE: Protegiendo el poderío militar de EE. UU.
Carl E. Baum, un ingeniero eléctrico meticuloso, fue el cerebro detrás del proyecto. Pasó más de cuatro décadas al servicio de la Fuerza Aérea y propuso una plataforma elevada y no conductora para simular condiciones de vuelo sin interferencias. Su propuesta fue fruto de años de estudio sobre los pulsos electromagnéticos. En una época en la que los ordenadores no podían modelar detalladamente fenómenos complejos, Baum abogaba por experimentar directamente sobre aeronaves reales, evitando soluciones informáticas o recreaciones sintéticas.
Con el tiempo, superordenadores como el Capitan pueden simular explosiones nucleares en 3D, un lujo impensable en los años setenta. Pero en ese entonces, los cálculos no eran tan avanzados ni los modelos tan precisos. Baum prefería el uso de herramientas como lápiz y papel, sobre el uso de ordenadores, para entender cómo un EMP afectaría un avión.
La construcción del TRESTLE no solo requería dimensiones descomunales, sino también un enfoque disruptivo para evitar interferencias en los experimentos. Se evitaron tanto como fue posible los materiales metálicos, incluyendo los tornillos, fabricados en madera o fibra de vidrio. El tablero principal, de aproximadamente 61 metros por lado, no tenía un diseño cuadrado perfecto, ya que sus esquinas fueron recortadas para mejorar la eficiencia estructural, reduciendo ligeramente su superficie útil. Toda la estructura se sostenía sobre un barranco en la base aérea de Kirtland, permitiendo que los aviones quedaran suspendidos como si estuvieran en pleno vuelo. La longitud total superaba los 300 metros. Aunque el complejo estaba diseñado para evitar interferencias, algunas partes, como el edificio Wedge y la torre de terminación, estaban hechas de acero.
La estructura de pruebas TRESTLE en la década de 1980
Los aviones eran llevados a la plataforma mediante una rampa de madera de unos 120 metros. Una vez colocados, se sometían a descargas de altísima intensidad generadas por un sistema eléctrico que replicaba fielmente un pulso electromagnético nuclear. Gracias a dos generadores Marx, se lanzaban impulsos de alrededor de 5 millones de voltios cada uno. El objetivo no era destruir el avión, sino evaluar cómo sus sistemas respondían ante una amenaza invisible, permitiendo así reforzarlos para que operen tras un ataque real.
Un B-52H Stratofortress en la Base Aérea de Barksdale, Luisiana (2021)
En la plataforma del TRESTLE se probaron algunas de las aeronaves más estratégicas de Estados Unidos. Modelos como el B-52, símbolo de disuasión nuclear, el EC-135 y el E-4, conocido como “el avión del juicio final”, fueron sometidos a estas pruebas. Su misión era crítica: mantenerse operativos, incluso si el resto del país quedaba incomunicado. Lo probado no era solo la resistencia de una estructura o la integridad de un radar, sino la capacidad de preservar el núcleo del poder militar en el peor de los escenarios.
Durante décadas, el TRESTLE fue una de las estructuras de madera más grandes jamás construidas. Su tamaño era inmenso y para mantenerla se utilizaron más de 60.000 pernos dieléctricos solo en el tablero y la rampa. En toda la instalación se usaron más de 150.000 pernos especiales sin metal, además de millones de piezas de madera laminada. Aunque hoy el Grand Ring en la Expo 2025 en Osaka ha sido reconocido por Guinness como la mayor estructura arquitectónica de madera del mundo, el TRESTLE mantuvo ese título de manera no oficial durante años.
Imágenes | Fuerza Aérea de Estados Unidos (1, 2, 3, 4, 5)
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