Frecuentemente nos encontramos cuestionando la necesidad de nuevas adaptaciones de historias ya llevadas al cine con gran éxito. Esto es lo que ocurre con ‘Celda 211’, una miniserie de Netflix basada en la misma novela de Francisco Pérez Gandul que inspiró la aclamada película de Daniel Monzón del 2009.
Aquella película se destacó principalmente por la memorable actuación de Luis Tosar en el papel de Malamadre, aunque hubo muchos otros elementos que contribuyeron a hacerla única. En esta ocasión, la acción se sitúa en México con una miniserie de 6 capítulos protagonizada por Diego Calva (‘Babylon’), que acaba de estrenarse en Netflix y que mezcla de manera intrigante realidad y ficción, pero sin alcanzar el nivel del film original.
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Una búsqueda desesperada de realismo
El cambio de ubicación ya marca una diferencia desde el inicio de la serie, pero los principales cambios son perceptibles en el tono y ritmo. Esta nueva versión de ‘Celda 211’ progresa de manera más lenta, posiblemente debido a que dispone de más tiempo para desarrollar la historia del motín carcelario, optando por un tono más violento y crudo. Aunque la película de Monzón también fue intensa, aquí se busca llevar la brutalidad a un nuevo nivel.
La miniserie también se inspira en un motín real ocurrido el 1 de enero de 2023 en el Centro de Reinserción Social para Adultos 3 de Ciudad Juárez, con el propósito de ofrecer una visión cruda de la situación en las cárceles mexicanas. El propio Calva destacó la intención de mostrar «la falta de justicia y las condiciones inhumanas dentro de las prisiones«.
No obstante, esto no significa que la serie priorice el realismo sobre el sensacionalismo. Algunos de los puntos débiles respecto a la obra española se encuentran en el uso, a menudo excesivo, de la cámara lenta por parte de los directores Jaime Reynoso y Gerardo Naranjo para intensificar el dramatismo, generando resultados, en ocasiones, cuestionables.
Estas situaciones ya poseen suficiente intensidad por sí mismas –puedo asegurar que el calvario que sufre el protagonista supera al de la película de hace 16 años–, sin necesidad de remarcar de manera tan obvia. Esto disminuye el realismo que aparentemente busca la serie.
No obstante, hay cambios que funcionan bien, como el hecho de que el protagonista sea un abogado defensor de derechos humanos en lugar de un funcionario de prisiones, lo que le sitúa en una posición distinta ante el motín. Se mantienen aspectos como el embarazo de su mujer, pero si algo destaca en esta miniserie es quizás su capacidad para igualar o incluso superar la película de Monzón en este aspecto.
Además, Calva es un actor con más capacidades que Alberto Ammann, aunque Ammann se llevó el Goya a mejor actor revelación por ‘Celda 211’. La serie parece ser consciente de esto y se apoya fuertemente en su personaje para conectar con el espectador, buscando que los horrores presenciados por él logren impactar emocionalmente al público.
Sin embargo, la narración de las malas condiciones y la brutalidad dentro de la cárcel a veces resulta familiar, como si fuera algo ya visto en otras producciones. El intento de acumular escenas impactantes puede perder su efecto y acercarse a la búsqueda del impacto gratuito.
A pesar de todo, la serie no es una adaptación carente de aportes respecto a su predecesora, y además muestra valentía al inspirarse en eventos reales. Sin embargo, esta nueva ‘Celda 211’ puede ser brutal, pero su impacto es menor comparado con el largometraje de Monzón.
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